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Cada vez que amanece...
I. El ocaso
Él intenta vivir con los ojos abiertos. Ansioso, por la ventana ve que baja el sol. El crepúsculo de fuego se impone en el cielo, fuego que quema sus ansias. Entre sus dedos, juega un lápiz, gira a la derecha y a la izquierda... Mueve los pies, los hace temblar. Por fin... El momento de cerrar los ojos.
II. El sueño
Páginas azules, forman el mosaico celestial. Abajo la piedra. Estas hojas de papel pintadas de tristeza, se aglomeran, al mismo tiempo que giran. Dan vueltas cada vez más rápido. Del centro, la energía impone un sonido estruendoso que en forma de luz cae sobre el árbol. A la par, la piedra, sola.
Sobre el árbol, cae un rayo,
Sobre la piedra, nada.
Por vivo el árbol atrae,
Por muerta la piedra, sola yace.
III. Sube por la ventana el sol.
- Algo es algo- Masculla en lo empedrado de su mente...
IV. La fábrica
Siempre llega cansado a su casa, no por el trabajo en la transnacional, sino por vivir con los ojos abiertos. Con brusca caída, se tumba, en la silla frente al televisor. Lo enciende, nada nuevo: un informe de la tala de árboles de la selva. Más adelante, Toledo decide que los indígenas amazónicos aprendan inglés, así podrán insultar en forma entendible a quienes los desplazan de su propia tierra. Apaga la tele.
De pronto, algo cambia, un chispazo diferente, una razón para su vida: sus ojos se cierran.
V. Su mundo
Pilares, sólo ideas; bases, su discusión. Los valores en la azotea, la realidad en el sótano. Ameniza el rock progresivo y se mezcla con una sinfonía. En la puerta, lo saludan los sueños. Eso era parte de su mundo, su casa, sólo de él.
VI. La idea
Un día igual que todos, trabajando, empacando palmito. Por fin dijo en voz alta: ¿A qué esperar? No lo pensó dos veces para salir. De regreso a casa, masticando su idea: “hacer su mundo realidad”. No esperar para cerrar los ojos, sino que construir ese mundo interior, pero solo para él, nadie más estaría ahí incluido. Para eso era indispensable aislarse del mundo superficial y carente de valor, para esto escoge la selva. Esta le proporcionará lo necesario para vivir.
Se fue, y dejo a todos atrás, la familia, los amigos, el trabajo... para vivir su mundo propio.
VII. Los días en su mundo
Días y días pasaban. Ahí estaba él, viviendo como con los ojos cerrados: disfrutando, caminando, idealizando... engañándose...Su mundo no llenaba el vacío que él se afanaba por negar...
VIII. Blanco.
Hace tres semanas se le aparece un perro negro. Él lo ha llamado Blanco. La flora y la fauna de su alrededor lo ven hablar solo. En realidad, él mantiene una tertulia con Blanco. Este le dice:
-Me gustan sus ideas, su mundo, su nueva casa…pero… ¿No es suficiente ya de estar alimentando su ego? Debería compartir esas ideas, aportarlas a sus semejantes.-
Él no escuchaba a Blanco. Le daba la espalda y se iba a caminar por su mundo, pero muy adentro sentía la sed, que su mundo no saciaba. Su mundo parecía predicar la caridad, pero él estaba solo. Las bases de su nueva casa estaban hechas de discusión de ideas, sin embargo, preguntas saturaban su mente: ¿Con quién?, ¿A quién?, ¿Para quién?...
IX. Noticias
A su nuevo mundo no llegaban noticias. Un día se aventuró, alejarse un poco de su casa. Encuentra un rollo amarillento, que resultó ser un periódico de meses atrás. Ávido de curiosidad empezó a leer las noticias. Se le oprime el pecho, mira a todos lados…en realidad…vigilando… con la esperanza de no ver a Blanco por ahí rondando. Se asegura y las empieza a leer. Nada nuevo: el caudal del río Amazonas ha bajado producto de la deforestación. El Gobierno le da terrenos a una transnacional. Sucesos: hombre celoso mata a su compañera. Voraz incendio destruye una cuadra de la ciudad.
La dirección del incendio le resulta conocida
En el artículo daban la lista de los difuntos…los leía…buscando…los nervios saltaban…
-¡Mi familia!...-
X. De nuevo la huida
Caminando, las ramas le abofeteaban la cara pero no sentía nada. Pensaba:
-Blanco no debe saber. No quiero que tenga la razón. Debo que tratar de olvidar.-
No podía, ahora era un pensamiento torturante. Se repetía. Lo acosaba. Imposible dejar pasar.
Blanco lo ve. Lo saluda con su cola. Parecía haberlo adivinado todo. Finge ignorarlo y entra a su guarida…se encierra.
XI. En la agonía…
-Por vivo el árbol atrae, por muerta la piedra, sola yace- masculla en lo empedrado de su mente.
Basta con mirar el árbol plantado en la estrecha acera, la cual parece que quiere salir flotando en pedazos. Basta con mirar para que la nostalgia instintiva nos toque el hombro, para que volvamos a ver atrás, buscando (instintivamente) el bosque.
En cambio, solo vemos la mano extendida del mendigo y solo escuchamos sonidos habituales casi irregistrables, como los grillos de la noche.
Me ha atacado la duda ¿La ciudad nos deshumaniza o nos vuelve locos? Una locura colectiva, voluntaria para unos, involuntaria para el “otro” ¿Dejamos de producir humanidad o producimos estados de ánimos que nos identifican en cualquier zona rural? Actitudes impacientes ¿Dejamos de producir espíritu para convertir materia en instrumentos inútiles en forma de espejos para mirar nuestras caras y, la de nuestro jefe atrás, o nos drogan con el sueldo y el grande edificio? Si es droga: ¿Es una locura inducida y quien o qué la proporciona? ¿Por qué se camina todas las mañanas oliendo mierda, luchando contra la antropometría inexistente, luchando contra nuestro trajinante vecino, con nuestro espíritu al fin y al cabo?
Sin embargo, escupimos la sal antes de tragarla[1], cerramos los ojos para fabricar nuestro mundo: caminamos por él, lo construimos a nuestra medida, lo imaginamos dentro de nuestra imaginación. Pero este sueño se reprime, reprimiendo la razón de ser. Pero esto no se puede retraer por mucho tiempo, estalla como la ira del borracho... ¿Y a caso no estamos todos borrachos? ¿Como salir de nuestra ebriedad inmanente? Dudas... solo dudas.
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